Frente a lo que fue la Plaza La Estrella en San Bernardino, un monumental edificio se impone como una joya arquitectónica de los años cuarenta. Sus paredes, como si se tratara de un barco hundido, narran las historias de varias generaciones de inquilinos y propietarios que encontraron en sus espacios un confortable lugar para vivir y hasta trabajar
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De haber sido mi oficio el de cineasta, hubiese realizado una película inspirada en la vida de los personajes que se observaban y escuchaban a través de la ventanas de su patio central. ¿Quizás ya alguien hizo un film así? Afortunadamente, no tengo nada que ver , al menos de manera directa, con el cine. Me acusarían de plagiario.
Imposible fijar con precisión el tiempo de estas historias. Después de todo, son recuerdos. Lo cual está de más decir, no requieren horarios ni fechas en el calendario. La manera de comunicarnos siempre fue un verdadero misterio para mí. A pesar de que nunca nos visitábamos, si acaso nos dábamos los buenos días, tardes o noches, conocí todo lo que hay que saber de los vecinos. Incluso cosas que ellos mismos desconocían sobre sus vidas.

Qué decir del Comandante. Bueno, guerrillero urbano. Aunque siempre afirmó que estaba entrenando militarmente igualito que cualquier General del ejército formal. Creo, si mal no recuerdo, que se especializó en explosivos. Era toda una aventura subir al quito piso de una de las torres del Titania. Como enterarme de las cosas siempre me ha sido fácil, nunca me equivoqué con respecto al macetero en el que el Comandante camuflaba las granadas de mano: la de los cactus. Las cajas de municiones, por lo general, las ocultaba en los helechos. Ni pensar que el pequeño travieso del piso de abajo correteaba el pasillo y jugaba al escondite en el improvisado jardín del Comandante. Igual peligro corría la mamá, quien visitaba con mucha frecuencia al soltero del quinto piso.

Pero nada tan refrescante y encantador como la vecina del hot pant. Los muslos más codiciados de la cuadra. Ella y su novio conocían, muy detalladamente, las horas de entrada y salida de los inquilinos de los dos últimos pisos. Y entre 8:00 de la noche y medianoche convertían los descansos de las escaleras en nidos de amor personalizados. Como de costumbre, pasé muchas veces inadvertido y desapercibido junto aquella pasión. Confieso que por pudor jamás le vi la cara. Curioso, ¿verdad? No llegué a saber jamás cómo eran sus rostros.
A la actriz del piso dos, tuve el infortunio de verla actuar ante cualquier material reluciente que reflejara su cara. Nunca protagonizó. Ni siquiera su propia vida, según lo aseguraba el borracho de la ventana rota. Grotesco señor éste. Arrojaba todas las botellas vacías de licor por el bajante de basura, mi medio favorito para transitar las torres de arriba abajo.

Artistas y periodistas los hubo para elegir. En todos los años del Titania. Recuerdo especialmente al redactor de la vieja Underwood. Las teclas más escandalosas que hubo en el edificio. Aquel hombre de acento colombiano se ausentaba durante todo el día, pero por las noches no hacía otra cosa que teclear desesperadamente.
Jamás entendí el porqué se escuchaban tantas voces en aquel apartamento, si lo único visible era una cara de facciones toscas y poblados bigotes. Sin embargo, puedo jurar que los fuertes murmullos nocturnos provenían de hombres y mujeres de diferentes edades. Que frustración para mí, que conocía todo lo que allí pasaba y a todos los que allí vivían (y morían, por supuesto).

Muchos años después supe que el extraño periodista era también escritor. Había publicado una novela con más de 100 páginas. E incluso, creí entender que había ganado uno de esos premios de literatura que toda la humanidad aplaude.
Cuántas otras historias quedan por fuera de este testimonio. Afortunadamente para algunos. los edificios no hablan, pero los fantasmas: todo lo contamos.

Biografía no autorizada del Edificio Titania
En medio del mestizaje urbano de Caracas, el edificio Titania aguanta con las cargas de presenciar algunos desastres cotidianos, como fue la transformación de la plaza La Estrella, o de Los Venados, en una guillotina o intersección de varios destinos. Sin embargo, aún mantiene intacta su carcaza que busca encontrar un homenaje que bien pudiera tratarse de un título nobiliario como el de patrimonio cultural de la nación.

“La edificación se diseñó en función de la forma original del terreno. Es decir, es el tipo de obra que respeta la estructura de la urbe, en lugar de transgredirla. Esto responde a una vieja ordenanza que no contemplaba ni los retiros de frente ni en los laterales”, refirió el arquitecto William Niños Araque en relación con el Titania, quien agregó: “En la figura del Titania se aprecia una valoración del cuerpo volumétrico, lo cual da como resultado una perspectiva tramposa a la vista”.
“Los dos cuerpos de las fachadas laterales convergen en un punto. Es decir, la mayor fuerza gravitacional se centra en la gravitación de la esquina. Con ello, el autor de la edificación cumple el objetivo de darle monumentalidad y equilibrio a la estructura. Gracias a esa técnica, el edificio de solo 8 pisos da la sensación de ser más grande.
De hecho, la fortaleza que pareciera tener el edificio se debilita cuando se aprecia su interior, donde el coso no es más que un triángulo de apartamentos que rodean un patio central”.
En la columna Crítica de Arquitectura, de Hannia Gómez, de El Nacional se lee al respecto: “ (…) como en el set del Titanic de Cameron, el Titania también es todo de utilería y escenografía (…) Tras la fachada descomunal del edificio, no hay nada: sólo un gran patio apuntalado de corredores. Un cascarón hueco, un pueblo fantasma, un mascarón de proa: una esquina monumental, un set”.
En el interior del edificio no se aprecia un trabajo detallado de los balcones, en el Titania toda la intención del autor se concentró en el exterior. El patio central no tiene una función ornamental, sencillamente da luz y ventilación.

En cuanto a la forma de barco se podría decir que se trata de una metáfora muy usada por los arquitectos en el mundo. El Flatiron Building, en Nueva York, y la Rue Chanez, en París, son ejemplos muy puntuales.
Aparentemente, el Titania responde a un estilo muy ecléctico. En los años 40 y 50 se erigieron muchas edificaciones que mezclaban elementos clásicos y modernos. Aunque el diseño del Titania es muy simple, el autor cuido todos los detalles.
Aun cuando arquitectos e ingenieros reconocen el valor histórico del Titania, se desconoce a ciencia cierta quién fue el encargado de darle esa peculiar forma.

Por los momentos lo único que se ha encontrado al respecto es un juego de copias de los planos que estaban en los archivos de ingeniería municipal. Como dato único, en los documentos resalta la firma del ingeniero Pedro Márquez Rivero y de A. Palenzona, dueño de la Corporación Palarea.
Sin embargo, dicha rúbrica no es constancia de que el ingeniero Márquez Ribero sea realmente quien diseñó el edificio. En aquellos años hubo muchos arquitectos extranjeros que ejercían sin haber hecho la reválida en Venezuela, por ello para introducir los planos en ingeniería municipal utilizaban firmas y códigos mampuestos por profesionales venezolanos.
Igual sucede con la fecha de construcción del Titania. Algunos indicios confirman que los movimientos de tierra empezaron en 1947, pero no hay una fecha precisa. Aparentemente el edificio comenzó a habitarse a principio de los años 50.
Otro dato es que la Corporación Palarea no sólo se encargó de construir el edificio, sino que por muchos años lo administró. Fue a partir del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1973-1978) cuando la empresa decidió vender los apartamentos en propiedad horizontal. Para la fecha un apartamento de 90 metros cuadrados costaba 52 mil bolívares, y el precio de alquiler estaba en el orden de los 330 bolívares mensuales.

En total, son 71 apartamentos que se distribuyen en 5 pequeñas torres de 8 pisos cada una con entradas independientes. Todos los inmuebles se encuentran en el patio central, es una suerte de vecindad.
A pesar que en los planos iniciales había algunos cortes en los que se precisa en la planta baja un estacionamiento, a la hora de construir esos espacios se convirtieron en locales comerciales. Así que cuando existía la Plaza la Estrella (con venados incluidos) las personas estacionaban alrededor de la plazoleta.

La altura de los apartamentos merece un comentario extra al momento de hablar sobre el Titania. Del piso al techo hay una altura de 3,2 metros (el estándar de un inmueble normal es de 2,4 metros). Nada común y muy poco práctico a la hora de poner cortinas y pintar paredes y techos. Se trata de una idea relacionada con hogares del buen vivir. La altura es espacio y eso equivale a confort y lujo.
Esas medidas excepcionales fueron las que llevaron al pintor venezolano Alirio Rodríguez a establecer su taller de arte en ese barco de concreto. Otro dato, es que el propio Gabriel García Márquez fijo su residencia en el Titania.
Con información de Carla Lombardi
Mis recuerdos del Titania me llevan
a una tienda de articulos deportivos, situada en la planta baja, no tengo el nombre en la memoria.
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Oye falto una reseña sobre los locales comerciales q alli funcionaron muy importantes para la comunidad nos gustaria saber.
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Así como funcionó la Academia de Inglés de Terrel Robinson, también un libanés de nombre Nagib Zakhem, educado en Michigan, USA, tuvo su “Academia de Inglés Ann Arbor”, cuyo nombre colocó en honor a su Alma Mater. Estudié el idioma con el entre los años 65 y 68, lo recuerdo como una gran persona…
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Durante muchos años, funcionó allí la academia de inglés del prof norteamericano Terrel Robinson. Primero en un apartamento por el lado de la Av. Anauco y, luego se mudó para uno grande por el lado de la Av. Cajigal, frente al edificio Astor. Era un tipo muy simpático y emprendedor.
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Aquí he vivido mis 26 años y realmente muy de acuerdo con esta biografía.
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